miércoles, 9 de agosto de 2017

VAN NIEKERK, EL SUCESOR DE BOLT

CARLOS ARRIBAS
El País.com

La noche más fría del agosto nunca cálido de Londres se enfrió más cuando eran casi las 10. Un viento frío, intruso, se coló por los pasillos del estadio y nadie apenas en el estadio fue más allá de un cortés aplauso cuando Wayde van Niekerk ganó, como estaba anunciado, los 400m, la carrera de la frustración. Los corrió en 43,98s. Un segundo más lento que lo que soñaba la afición, necesitada de emociones fuertes después de la retirada oscura de Usain Bolt. Los 43s, la última gran barrera de la velocidad, caerán en otra ocasión. Quizás en un mitin con recompensa económica, quizás en los próximos Mundiales, en el Oregón del 19…
Ni siquiera Van Niekerk cuando terminó la carrera que le daba su gran medalla de oro en los tres últimos años, una por año, Mundial del 15, Juegos del 16, Mundial del 17, se emocionó más allá de lo necesario. No acabó en camilla, como en Pekín en agosto del 15, cuando se asustaron todas las asistencias médicas al verlo desmayarse nada más acabar, lo que era habitual en él, al que el ácido láctico torturaba más que a los demás. Acabó de pie y sin apnea y, aparentemente, con el pulso normal de una persona que acabara de darse un paseo por la pista. Sin más emoción. El valor de su marca, de su victoria tan clara, se reflejaba en sus rivales, caídos por el suelo, muertos, después de someterse en la última recta a los espasmos que surgen de la lucha entre el deseo para ir más rápido y la negación del sistema a proporcionarle otra cosa que no fuera veneno a sus músculos. Todos corrieron la recta a tirones, descompuestos, perdiendo la compostura de articulaciones, tronco y cabeza. Van Niekerk, no. Ese es su valor extraordinario. Por eso el dolor de los miles de aficionados que quizás contuvieron la respiración esperanzados más tiempo que los propios atletas. Pareció un ejercicio académico más.
El día, las horas antes a una carrera cuyas expectativas se fueron desinflando según avanzaba el sol en su periplo por el cielo, lo marcaron los conmovedores y heroicos esfuerzos de Isaac Makwala para colarse en el estadio, apoyarse en los tacos y salir disparado. Su deseo tan ardiente no conmovió a las autoridades, las fuerzas sanitarias y atléticas combinadas para aplicarle la cuarentena que la ley británica obliga a todos los que sufren una enfermedad infecciosa. Como otras decenas de atletas alojados en su hotel, Badman Makwala se vio afectado por un norovirus. Los vómitos y la diarrea no le importaban. Se sentía fuerte. Quería estar. Van Niekerk, que le necesitaba para que le empujara más allá, le echó de menos. Podría recordar la última carrera que disputaron juntos. Fue en el mitin de Mónaco. Marchaba imperial el surafricano hacia la victoria cuando en la última recta se le acercó por detrás Makwala irreverente, que tuvo hasta el valor de adelantarle unos metros. La respuesta de Van Niekerk, de sonrisa tan dulce y cariñosa, fue feroz. Reaceleró y superó al irrespetuoso. Eso habría necesitado en Londres.
En los Juegos de Río, cuando dejó dejó en 43,03s el récord de los 400m, tan cerca de los aún imposibles 43s, Van Niekerk corrió por la calle ocho. Por delante solo tenía un túnel de vacío, pero a sus espaldas podía sentir el aliento caliente de Kirani James y LaShawn Merrit, los dos últimos campeones olímpicos, que le perseguían. En Londres, donde el aire frío se adueñó de todos los sentimientos, corrió por la calle seis, la mejor de todas, pero a u izquierda solo había un vacío, un fantasma, quizás el espíritu de su vecino de Botsuana, que no le decía nada. Nadie tiraría de él en la carrera. Nadie le empujaría. Exceptuando a Makwala, que ya ha cumplido los 30 años, los rivales eran niños de menos de 24 años, todos debutantes. Un hecho alentador. Un signo del cambio de los tiempos en una prueba que se creía para viejos. A los 25 años, Michael Johnson solo había bajado una vez de 44s; Van Niekerk lo ha hecho ya seis veces. El norteamericano logró su récord del mundo, 43,18s, solo cuando tuvo suficiente experiencia: había cumplido ya los 32 años. Van Niekerk lo hizo a los 24, prácticamente al inicio de su carrera. Por detrás de él entraron, muy lejos, a casi medio segundo, Steven Gardiner (44,41s), un bahamiano de 21 años que corrió en semifinales en 43,89s; el bronce fue para el catarí Abdalelah Haroun (44,48s), que acaba de cumplir 20 años. Son los rivales del futuro del atleta llamado a marcar una década, y que el jueves, seguramente, ganará también los 200m, también sin oposición, también sin Makwala… Y en el aire se quedará quizás de nuevo la frustración de pensar en lo que podría haber sido y no fue.

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