viernes, 10 de agosto de 2012

EL REY DAVID REINA EN EL 800


CARLOS ARRIBAS. El País.com

A los niños masai sus padres les arrancan un incisivo inferior para poder alimentarlos –leche de vaca, sangre de vaca, introducidos con una pequeña tetina por el orificio— en el caso en que una infección bucal produzca un trismus, una contracción de los músculos de la mandíbula, que les impida abrir la boca. Su alimentación, su hábito, que aún se mantiene, han forjado su selección genética, su supervivencia en las altiplanicies del Rift Valley. Aparte de leche y sangre de vaca, David Rudisha, el rey David desde esta noche, o emperador, un masai espléndido y esbelto (1,88 metros, 70 kilos), mamó desde pequeño el atletismo, que forma parte de sus genes tanto como su alimentación, pues su padre, Daniel, fue un magnífico especialista de los 400 metros (46,19s, su mejor marca), y medallista olímpico con el relevo keniano en México 68. Como su padre, David -el mejor ochocentista de la historia, campeón mundial, campeón olímpico, récordman mundial, el Bolt del mediofondo- empezó corriendo 400 metros y 200 metros, donde mostró gran velocidad hasta que un cura irlandés en Eldoret le pudo hablar de Peter Snell. Le contaría cómo el neozelandés de tez clara había ganado dos medallas olímpicas, como el 800 era su distancia, donde se juntan la fuerza, la velocidad, la resistencia, el sentido táctico, el control del ácido láctico, la velocidad mantenida de crucero, la capacidad de esprintar. Y también le podría decir que estaba predestinado, que se fijara en un detalle, que Snell, aun tan lejano en todo, había nacido el 17 de diciembre de 1938, y, fíjate qué coincidencia, David, tú naciste el 17 de diciembre de justamente 50 años más tarde, de 1988.
Y en Londres, media docena de años después de que el padre irlandés le convenciera de que era un corredor de 800 metros, las trayectorias de Snell, tan fuerte como un toro, con la constitución de un jugador de rugby, y de David Rudisha, tan ágil y elegante, predestinado por tantas razones, convergieron un instante mágico en un atardecer cálido y luminoso en la pista olímpica cuando el joven keniano se convirtió en el segundo récordman mundial, después de Snell, justamente, en Tokio 64, que alcanzaba el oro olímpico de la carrera de las dos vueltas de pista. No solo eso. Rudisha fue más allá. Batió el récord. La barrera de los 100 segundos: 1m 40,91s, una décima inferior a su anterior plusmarca (1m 41,01s). La señal de los más grandes, más grande aún que los que aplaudieron desde la tribuna, como Alfredo Juantorena, el campeón olímpico de Montreal 76; como, y un sentido de justicia histórica aquí, lord Sebastian Coe, el organizador de los Juegos, quien pese a ser el primer hombre que bajó de 1m 42s en la distancia, solo fue capaz de ganar dos platas olímpicas en ella.
Ganó Rudisha como Snell, pero no corriendo como Snell. El neozelandés o esperaba a la última recta para lanzar su ataque, como en Roma 60, donde su primer título olímpico, o atacaba un pelín más lejos, como a los 600 metros, a la entrada de la curva, como en Tokio; Rudisha, en cambio, tomó la cabeza llegado el momento de la calle libre y no la soltó, sin mirar para atrás, donde se peleaba por su estela, donde Amman y Kaki, los que aspiraban a su desfallecimiento, solo lo veían alejarse, su zancada uniforme, larguísima, sin esfuerzo aparente en un rostro calmo, la boca cerrada. Lo hace así siempre, es un front runner, pese a que es mucho más duro y difícil, pero no por soberbia ni porque así se corra en los mítines con liebres en los que acostumbra a acercarse habitualmente a 1m 41s. Lo hace así por miedo, por el recuerdo de lo que le ocurrió en Berlín, en el Mundial de 2009 al que iba como favorito y del que fue eliminado en una semifinal en la que se quedó encerrado. Desde entonces, solo ha perdido una carrera, el año pasado en un mitin menor en un Milán lluvioso.
Cuando su anterior récord, su liebre pasó los 400 metros en 48,20s. Ayer, él, liebre de sí mismo, lo hizo más lento, 49,28s. Mejor, sin agotarse esprintando. El sprint lo dejó, enorme, para los últimos 300 metros, en los que zancada a zancada fue abriendo un hueco inexorable sobre el tumulto al que daba la espalda. Los 600 metros los pasó en 1m 14s. Menos de 26s después, los que empleó en los últimos 200 metros, corriendo contra la distancia y contra el cronómetro que parecía hacer pasar los segundos más lentos, casi a cámara lenta, según se acercaba, cruzó la meta, seguro. Batiendo una vez más su récord del mundo, llevando al atletismo hacia una nueva frontera, la de los 100s en las dos vueltas de pista. En los segundos 400 metros, 51,63s. Enorme. Generoso, Rudisha fue también la liebre de los otros siete finalistas. Todos mejoraron sus marcas previas. Todos se dejaron llevar por la magia de las zancadas masai. El segundo, Nijel Amos, de Botswana, se convirtió en el sexto atleta de la historia que baja de 1m 42s (1m 41,73s), casi dos segundos de mejora de su anterior marca. El tercero fue el keniano Tim Kitum, con una marca (1m 42,53s) que, sin Rudisha, por supuesto, habría sido nuevo récord olímpico.

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