lunes, 3 de octubre de 2011

CUI PRODEST



Evaristo Babé Abogado


Hace varios domingos se publicó en un suplemento dominical un interesante artículo titulado “Destrozando vidas”, firmado por Juan Manuel de Prada. Con la claridad de ideas con la que se suele expresar este escritor, aborda en el mismo el inmenso daño que se ocasiona a quienes “sufren en sus propias carnes los zarpazos del sensacionalismo mediático”. En concreto se refería al caso, por todos conocido, de la atleta Marta Domínguez. Pero hay otros muchos parecidos, claro está. “¿Quién devuelve ahora el honor destruido a esta mujer?” se preguntaba Prada.
Al margen del caso concreto de Marta Domínguez –que ha vuelto a ser nuevamente exculpada de la acusación que, hace unos meses, se le hizo en medio de una extraordinaria difusión de su nombre y fotografía en cientos de periódicos y medios de comunicación- la cuestión de que se trata no es una mera anécdota. Difamar a una persona es algo muy grave para el afectado y su entorno, por supuesto, pero también para la propia sociedad. Por ello es fundamental, en cualquier Estado de Derecho que se precie, intentar evitar que esto suceda. Y si no se evita, se debería sancionar de forma ejemplar a quienes hayan sido culpables de la difamación o hayan promovido tan grave afrenta al honor de una persona honesta, sea ésta quien sea. Hay países de larga tradición democrática que imponen penas muy severas por esta causa pero no es éste, desgraciadamente, el caso de España. Ya sabemos que, en nuestro país, no son pocos los golfos que gozan de una escandalosa e injusta impunidad pese a haber calumniado de forma indecente a personas honestas.
No lo olvidemos, este tipo de situaciones no suele ser fruto de la mala suerte ni ocurren por casualidad. Hay memos que así pueden pensarlo pero, la verdad, es que resulta muy excepcional que una persona medianamente conocida aparezca en los medios de comunicación asociada a alguna irregularidad por un simple error. Por lo general, suele estar detrás alguien que busca beneficiarse de su resultado. Algún interés –generalmente inconfesable- de alguno o de algunos. En palabras de Cicerón y de Séneca: Cui prodest? (¿a quién beneficia?).
En no pocas ocasiones, y con razón, se culpa de forma indiscriminada a los medios de comunicación -llevados por la urgencia en difundir la información que llega a sus mesas de redacción, y que los ciudadanos demandamos cada vez más en tiempo real- de ser los responsables del daño causado a quienes se ven envueltos en este tipo de situaciones desgraciadas. Y en muchas ocasiones puede ser así. Pero no nos engañemos. Con independencia de la cuota parte de responsabilidad que corresponde a los medios por no haber contrastado previamente de forma adecuada la información que se apresuran a publicar, la gran mayoría de las veces no son éstos quienes “inventan” noticias o informaciones tendenciosas y dañinas para el honor e imagen de las personas. Alguien suele estar detrás con una intencionalidad manifiestamente torticera e interesada.
Criticar que los medios divulguen noticias que al cabo del tiempo se demuestran falsas no siempre está justificado, pues hay que reconocer que muchas informaciones llegan a ellos con una apariencia de verdad –incluso arropadas por el principio de confianza legítima- que hace improbable a los ojos de un periodista que se trate de una información incorrecta. Otra cosa muy distinta es divulgar determinadas noticias sin haberlas contrastado previamente. Y otra muy diferente, utilizar en la redacción de una noticia palabras o expresiones con una imprecisión manifiesta o un significado tendencioso. El principio de seguridad jurídica y el derecho al honor e imagen de todos los ciudadanos requeriría de los medios de comunicación el mayor rigor y profesionalidad en el desempeño de su trabajo pero, lamentablemente, no siempre es así.
Al final, la verdad se suele acabar imponiendo aunque, en muchos casos, después de haber causado, injustamente, graves heridas y daños en el camino. El caso de Marta Domínguez parece ser uno de ellos. ¿A quién le interesaba perjudicar a esta deportista campeona del mundo de atletismo (y ex concejal del PP en el Ayuntamiento de Palencia)? Algunos miserables se ocultan tras otros para hacer el daño. Es muy probable que no haya sido algo casual.
Por ello, no hay que ser muy listo para, ante la enorme difusión de una noticia falsa que desacredita injustamente el buen nombre de una persona honesta, comenzar preguntándose: ¿Cui prodest?

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