domingo, 30 de enero de 2011

DEPORTE DE ÉLITE Y ACOSO AL DISIDENTE



Josu Erkoreka

Durante los últimos años, el deporte de élite se desenvuelve bajo la tenebrosa sombra del dopaje. Con una periodicidad tan creciente que llega hasta la frontera de la alarma, los medios de comunicación nos dan cuenta de operaciones antidopaje impulsadas por la policía o por las estructuras federativas, que ponen en cuestión la limpieza de trayectorias deportivas que, hasta minutos antes, considerábamos deslumbrantes y hasta modélicas. Desde que el canadiense Ben Johnson cayera del pedestal en el que le situó aquel deslumbrante oro olímpico que arrebató a Carl Lewis en los 100 metros lisos, la nómina de deportistas de alto nivel cuya carrera de éxitos se ha visto salpicada por la mancha del doping, ha incrementado ostensiblemente. Los aficionados al deporte no tenemos ni para sustos. Para cuanto descubrimos un nuevo valor en el ciclismo, en el atletismo o en el remo -el listado no es exhaustivo, evidentemente- salta el escándalo y el entusiasmo se transforma en decepción.
Mariano Rajoy en un acto electoral junto a deportistas de élite afines al PP
El último episodio ha puesto bajo sospecha a Marta Domínguez, una atleta aguerrida, tenaz y aparentemente bien dotada para la competición, a la que hemos visto más de una vez haciendo podium en la difícil prueba de los 3000 obstáculos. Su asunto se encuentra todavía en manos de los jueces, por lo que conviene ser cautos. No me importa reconocer, sin embargo, que me gustaba verle correr y que sentía por ella, a la que acompañaba un halo de mujer disciplinada y sacrificada, una simpatía que nunca he ocultado. Me refiero a su dimensión deportiva, claro está, porque no he tenido la ocasión de conocerle personalmente. Veremos cómo concluye la causa.
Hace muy pocos días, Marta Domínguez concedió una entrevista al diario El Mundo, que la cabecera de Pedrojota publicó en la edición del 26 de enero. Más allá de su posible responsabilidad en la operación Galgo, a la que se consagra, lógicamente, el grueso de la interviú, la atleta castellana afirma que, en todo ese asunto, su vinculación al PP le ha perjudicado. La declaración me ha sorprendido, no lo niego. Y ha despertado mi interés, tampoco lo voy a negar. ¿Puede la afinidad o el compromiso político perjudicar a un deportista de élite en una sociedad, abierta, plural y democrática? “No debería”, respondo de inmediato. Pero sé perfectamente que no siempre lo que debe ser coincide con lo que es. Y Marta Dominguez tiene su propia explicación:
“…cuando te decantas -afirma- y has sido concejal… La gente es muy extremista: Madrid-Barça, PP-PSOE. Me perjudicó desde que dije que me iba al Partido Popular. Si lo sufrí hace años, ahora que han podido resarcirse, lo aprovecharon”
A las palabras de Domínguez no les falta, como se puede ver, enjundia y gravedad. La atleta palentina viene a sugerir -o quizás un poco más que a sugerir- que su carrera como deportista –y ya no digamos su calvario como sospechosa de tráfico y consumo de sustancias topantes en el marco de la operación Galgo- se ha visto condicionada negativamente por su “reconocida tendencia por el PP”. Domínguez se considera, literalmente, una “víctima política”. Así lo expresa, al menos, en la entrevista: “víctima política”. Nada menos. Y remata la acusación, afirmando: “ahora que han podido resarcirse, lo aprovecharon”,

Quiero suponer que, dadas las circunstancias que rodean a su caso, Marta se ve, más concretamente, como una víctima política del PSOE, dado que ella, milita en el PP o, cuando menos, simpatiza con esta formación política. Y como en Castilla-León gobiernan los populares, sigo queriendo suponer que la dirección hacia la que apunta su dedo acusador nos conduce hacia el Gobierno central: el ministerio de Interior y el Consejo Superior de Deportes; ambos gestionados por conocidos militantes del PSOE.
La denuncia es francamente grave. Personalmente, me cuesta que creer que la militancia popular pueda llegar a constituir un hándicap serio para la promoción de un deportista. Si así fuese, los líderes del PP no buscarían la fotografía electoral con las personalidades más relevantes de la alta competición. Otra cosa sería, probablemente, si se tratase de un nacionalista vasco o catalán, que siempre son más vulnerables al linchamiento mediático.
En cualquier caso, si de verdad se puede constatar la existencia de una trama institucional organizada desde el partido gobernante para acosar a una deportista de élite, por el mero hecho de militar en el partido de la oposición, lastrando o guillotinando su trayectoria, mediante una persecución engorrosa y acuciante, creo que nos encontramos ante un problema serio, que deberíamos afrontar sin más demora. No sé qué espera el PP para plantear el debate en toda su crudeza.
Pero en todo este asunto detecto un dato muy curioso. Las palabras de Marta Domínguez coinciden sustancialmente con las que los diputados –tanto los del PSOE como los del PP- acostumbran a utilizar cuando te describen la penosa situación que atraviesan en las comunidades autónomas en las que las urnas les han enviado a la oposición. Los populares afirman que la sociedad andaluza –y, particularmente, la de sus distritos rurales- se encuentra agarrotada y asfixiada por el apabullante control que sobre ella ejerce el PSOE a través de la Junta. Todo –te dicen- está dominado por el PSOE: desde la cultura, hasta el empleo, pasando por el ocio. Nada se puede hacer sin su visto bueno y la persecución que ejerce sobre los disidentes, es dantesca. Los socialistas, por su parte, te describen un panorama similar, pero con los protagonistas invertidos, en Galicia, Murcia o la Comunidad Valenciana: resulta inútil intentar poner en marcha una iniciativa, sea empresarial o artística, si no ha pasado previamente por el cedazo popular.
Claro que, en Euskadi, todo es diferente. Aquí, unos y otros hacen causa común para endosar ese cargo al PNV. En España, los socialistas y los populares se hacen la vida imposible los unos a los otros, según quien gobierne y quien se encuentre en la oposición. En Euskadi, todos los proyectiles son para el PNV.
En una ocasión, se me ocurrió preguntar a un diputado andaluz del PP si el irrespirable ambiente que me describía, propiciado, según él, por la voraz vocación totalitaria de unos socialistas que aspiran a ejercer sobre las gentes de Andalucía un castrante control orwelliano, se asemejaba en algo al que dicen que ejerce el PNV sobre la sociedad vasca. Su respuesta fue muy significativa. Se rió y me dijo: “el argumentarlo del partido nos obliga a decir esas cosas de vosotros, pero lo vuestro es un juego de niños en comparación con el tinglado que los socialistas han montado en Andalucía”.
En el último Euskobarómetro, se constató la existencia de un retroceso en la percepción de los ciudadanos vascos sobre la libertad para hablar de política. El Gobierno del cambio iba a traernos la libertad, pero los vascos no se sienten ahora más libres que hace dos años. Sería interesante estudiar hasta qué punto este fenómeno no está empezando a reflejar el temor que empieza a cundir en algunos ámbitos para reconocerse como nacionalista vasco frente a un Gobierno cada vez más malhumorado que muestra una intolerancia creciente hacia los discrepantes.

No hay comentarios: