sábado, 10 de julio de 2010

A la sombra de un rayo



CARLOS ARRIBAS

Veloz como el viento. Corre 100 metros en 9,69 segundos. Pero ha tenido la mala suerte de coincidir con alguien tan rápido como la luz, Usain Bolt. Así es el día a día en su refugio de Florida de Tyson Gay, una estrella condenada a ser un segundón y con un único objetivo: ganar.
Debería ser un espejismo. Un Mini surge entre la calima del desierto. Un Mini decorado a cuadros grises y azules con un extraño artefacto sobre la baca. Cuando se detiene a las puertas de la pista, descienden dos jóvenes rusas hermosas escasas de ropa, cargadas con mochilas de las que, cuando llegan a la altura del entoldado, extraen latitas de apetitosísimo Red Bull casi helado. Pero ni esta aparición, de carne y hueso pese a todo, sorprendente y tan gustosa en las temperaturas tórridas en las que desarrolla su faena, modifica un ápice el comportamiento de Tyson Gay, un hombre eminentemente callado y aburrido.
Invadido por el sopor, Gay ni se inmuta bajo el toldo mínimo, única fuente de sombra en la pista de atletismo del National Training Center (NTC), excavada en el fondo de una vaguada insólita en la tremenda planicie de Clermont, a 20 millas al norte de Orlando, a 20 minutos de Disneylandia, en la siempre cálida Florida. Esa es su vida. La vida del segundo hombre más rápido de la historia. Una vida rutinaria, con chispazos mínimos, fogonazos de menos de 10 segundos (o 20 si hablamos de los 200 metros) cada dos o tres semanas. Una vida a la sombra de Usain Bolt, el hombre más rápido de la historia.
Solo dos atletas han bajado de 9,7 segundos en los 100 metros. Uno de ellos es Gay. Solo uno ha bajado de 9,6. Ese es Bolt. “Pero un día también estaré yo allí”, dice Gay, voz mínima, bajísima, casi inaudible, mientras explora los arcanos de su Blackberry. “Es mi único objetivo. El resto me importa un comino, ¿las medallas?, ya tengo dos de los Mundiales de Osaka, no me interesan. Solo quiero el récord del mundo. Sé que puedo, y para eso trabajo, para eso vivo”.
Gay maneja –15 kilómetros diarios como máximo, entre la pista y su casa, entre su casa y la pista, y de semana en semana, a Downtown Orlando, a 20 minutos el vehículo con el motor más grande, un Cadillac Escalade, un SUV, el coche más potente del mercado, que, como enseña The Wire, simboliza el éxito y los millones; Bolt, un deportivo BMW, un cupé, el coche más rápido, que, como todo el mundo sabe, simboliza el éxito y las mujeres, noches de baile y locura.
Gay vive como un ermitaño. Se levanta a las seis y media, desayuno, gimnasio, pista, masaje; al mediodía, comida en un quiosco de comida rápida; por la tarde, siesta y aburrimiento en casa, televisión y una PlayStation para jugar. Bolt no para en casa, no para en Jamaica, y cuando está allí, después de entrenarse es el rey de la vida nocturna de Kingston, de los dance parties al ritmo de dancehall, de Vybz Kartel, su grupo favorito, el grupo de su gueto, Gaza. A Gay no le conoce nadie por la calle; a Bolt, todo el mundo. Gay tiene 27 años, cuatro más que Bolt, con quien solo comparte un apellido de una sílaba y los gustos musicales.
Gay se tortura escuchando a Vybz Kartel en su iPod mientras Michael Stroh –orejas de Mr. Spock, mechas pelirrojas, venas marcadas en los brazos, gemelos de corredor de fondo–sumerge sus manos en sus glúteos, un pozo sin fondo, trabaja su cuerpo de mármol negro buscando deshacer contracturas, liberar tendones, relajar y estirar sus músculos. Por los auriculares desborda la música jamaicana, la canción que los Vybz le dedicaron a Bolt, la recomendación que los músicos jamaicanos le hacen a Gay en una estrofa: “Apártate cuando veas la bandera, negra y verde, Usain pilló el oro, confórmate con llevarte una plata a USA, dile a los chicos, dile a las chicas que Usain Bolt es el hombre más rápido en la historia del mundo”. Le pasó la canción Ramon McKenzie, un jamaicano que se entrena con Gay en Florida. Bolt, siempre Bolt, Lightning Bolt, una presencia obligada y fantasmal en la vida de Gay. “Bolt es simplemente un tipo alto, una zancada larga, poco más”, resume Gay, que parece un retaco paticorto cuando se alinea al lado de Bolt, casi dos metros, junto a los tacos en la salida de las carreras. Pero Gay no es bajo, mide más de 1,80 metros, tiene unos tobillos delicados, casi de goma, unos gemelos que parecen calabacines hinchados, marcadas las nervaduras por gruesas venas. Gay tiene unos ojos como pelotas de golf cubiertos por unas pestañas rizadas y densas como las de Eva Longoria pasada por el make up de L’Oréal. Es una cabeza de Bart Simpson con un torso de Schwarzenegger y unas piernas de acero. “Tyson no sale por la noche. Tyson vive frustrado: ha corrido los 100 metros en 9,69 segundos, una marca que hace un par de años habría sido considerada estratosférica”, dice Stroh. “Y ahora no significa nada. Tyson hace casi siempre grandes marcas y nunca llega al top ten de las noticias semanales en las webs. Ni siquiera salió cuando batió el récord de 200 metros en mayo. Tyson es invisible. En cambio, Bolt estornuda y ya es noticia”.
Stroh, un blanco de 39 años, es el masajista personal de Gay. “Paso a su lado las 24 horas del día”, dice. “Vivo en su casa y, aparte del masaje, también le cocino, arroz para desayunar, pasta para cenar; le hago los recados, le hago de chófer. Hay peores vidas que esta, claro”. Gay comparte entrenamiento y entrenador con un grupo nutrido de atletas, McKenzie, Steve Mullings, Oshane Baileys, Kelly-Ann Baptiste, Shalonda Solomon…, jamaicanos de Trinidad, de Estados Unidos, algunos de los mejores del mundo, jóvenes anacoretas también, pero Stroh es solo para él. Stroh, que las últimas semanas se multiplica trabajando sus lumbares, un pinzamiento del ciático que se produjo Gay cuando batió el récord del mundo de los 200 metros en pista recta, 19,41 segundos en un montaje en una calle de Manchester, que le dejó parado, sin competición, todo el mes de junio y que le machaca la pierna derecha.
Lance Brauman, el coach, es la otra presencia constante en la vida de Gay, que tiene una hija de nueve años, Trinity, viviendo con su madre en Kentucky, a sus padres en Alabama, y vive de alquiler en Clermont con el grupo, un apartamento de tres pisos, mientras terminan de construir su casa. Brauman, otro blanco, está con Gay desde que este era universitario y ya le condujo en 2007 a sus grandes victorias, el 100, el 200 y el 4×100 en el Mundial de Osaka 2007, sus últimos oros. Brauman le dirigía entonces desde la cárcel, donde cumplía una condena por estafa y fraude. Ahora le entrena estando a su lado todos los días. “No quiero hablar del pasado. Fue una situación que superé, que superamos”, dice Brauman, quien después del entrenamiento, al mediodía achicharrante, un sol que ha asesinado todas las sombras, dirige a sus huestes hacia un hangar por encima de la vaguada. Es otra de las instalaciones del National Training Center, un gimnasio que comparten los atletas con jubilados en rehabilitación. Allí se refresca y habla otro rato. Habla de la rivalidad con Bolt, un enfrentamiento más virtual que real, pues solo se han cruzado en dos carreras de 100 metros. Una en 2008, en Nueva York; la otra en 2009, en Berlín. En ambas Gay quedó segundo; en ambas Bolt batió el récord del mundo. “Sé que soy fundamental para Bolt, que me necesita para ir más lejos”, dice Gay, quien solo se perdió, y por lesión, uno de los récords del jamaicano, el que batió en la final olímpica de Pekín. “Y sé también que el atletismo es esto, duelos, los mejores contra los mejores, que es también donde está el dinero. Pero esto es algo que no siempre es posible. Para que haya un enfrentamiento bueno, los dos tenemos que estar perfectos, sin ninguna molestia, y, como se ve, eso es prácticamente imposible”. Les es más sencillo, aparentemente, coincidir en sus periodos lesionados, pues en junio también estuvo parado Bolt, por una lesión del tendón de Aquiles. Ambos, Gay y Bolt, pasaron para buscar remedio por la misma consulta, la que mantiene en Múnich Hans Wilhelm Wolfgang-Müller, el médico del Bayern y de la selección alemana de fútbol, especialista en inyectar extracto de sangre de ternera en los músculos y tendones de los deportistas.
“En un mundo perfecto, el duelo es una gran idea, pero en la vida real es casi imposible”, dice Brauman, quien termina lanzando al aire una pregunta sin respuesta. “Bolt dio 41 zancadas para correr los 100 metros en 9,58 segundos, a 4,2 zancadas por segundo, mientras que Gay, que tiene las piernas más cortas, necesitó 44 zancadas para correr en 9,69 segundos, 4,5 por segundo. Visto esto, ¿quién es más rápido?”. ¿Quién corre más, pues, el rayo o su sombra?

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