jueves, 17 de julio de 2008

Cuando el doping era religión


Hoy se cumplen 20 años desde que Florence Griffith-Joyner impactara al mundo parando el crono de los 100 metros en 10,49 segundos. Eran los cuartos de final de los Trials, y esa marca era el reflejo más brillante de la época dorada del atletismo femenino, en la que los países del Telón de Acero y las cuñadas Joyner masacraron multitud de marcas mundiales. Dos décadas después, 13 de los 24 records del Mundo más importantes siguen imbatidos. La evolución del deporte, especialmente el femenino, y la pura lógica tienden a cuestionar aquellos registros. Sobre todo si lo comparamos con la natación femenina, en la que sólo dos marcas mundiales se mantienen del siglo pasado. O con el atletismo masculino, donde sólo perduran dos records mundiales de los 80.

Griffith tenía 28 años en 1988. Sus anteriores marcas del 100 no estaban ni entre las 40 mejores del mundo y las del 200 no se ubicaban entre las 20 mejores de todos los tiempos. Había sido una buena atleta, subcampeona del Mundo en 200 el año anterior y miembro del notable equipo del 4x100 de los Estados Unidos. Sin embargo, en 1988 bajó casi medio segundo su marca del 100 (hasta dejarlo en 10,49) y casi siete décimas la del 200 (21,34). Hoy, esos records siguen inmaculados, y ni siquiera ha habido atletas cerca de acariciarlos.

La marca de 100 metros parece claramente hecha con viento a favor, y sólo un error de medida pudo hacer que quedara registrada con viento cero. En el vídeo de aquella carrera de la modesta pista de la Universidad de Indiana se aprecia cómo el aire mueve la poblada melena de la legendaria Griffith en esos momento. Pero, al margen, la explosión física de la corredora en ese año fue evidente, añadiendo en muy poco tiempo una capa de músculo sensacional que le llevó a hacer cuatro de las cinco mejores marcas de todos los tiempos en dos meses de 1988, entre los Trials y los Juegos Olímpicos. Nunca antes ni después hizo una marca siquiera similar.

Su muerte repentina en 1998 acrecentó más los rumores sobre su posible dopaje una década antes. Hoy, es imposible saber qué pasó con ella y con su cuñada, Jackie Joyner-Kersee, que batió el récord del Mundo en heptatlón en los Juegos de Seúl’88, otro que hoy sigue vigente.

El Telón de los records
Pero, sin duda, fueron los países de la órbita soviética los que marcaron el atletismo en los 80. Nueve marcas mundiales femeninas vigentes hoy procedían de la Alemania del Este, Checoslovaquia, Bulgaria y la URSS. Están probados casos de dopaje masivo en la República Democrática Alemana, sobre todo en natación. Algunos, con bagajes terribles: Christiane Knacke-Sommer, la nadadora que lanzó su medalla de bronce de los Juegos de Moscú’80 al suelo en medio del juicio por dopaje a doctores de la RDA, mientras decía que los médicos habían “destrozado mi cuerpo y mi mente”; Rica Reinisch, tricampeona olímpica de natación, que tuvo que operarse de varios tumores en los ovarios a causa de la testosterona que le fue inyectada en su carrera; o, el más llamativo, el caso de Heidi Krieger, la lanzadora de peso que recibió tantas inyecciones de hormona masculina que dejó de sentirse mujer y se cambió de sexo en 1998. Hoy, llamado Andreas Krieger, pelea porque lo indemnicen.

Físicos extremadamente andróginos como el de la plusmarquista mundial de 800 Jarmila Kratochvilova, o records tan siderales como los 47,60 de Marita Koch en los 400 lisos, marca a la que nadie se ha acercado siquiera, hacen que el dopaje sea una imagen imposible de disociar a esas atletas. La propia evolución de la mujer y del deporte hace difícilmente sostenible que aquellas marcas se lograran legalmente. Sin embargo, sólo una atleta de la época oscura de la RDA, la lanzadora de peso Ilona Slupianek, fue cazada en un positivo.

“Llevamos 30 años viviendo de la URSS”
A pesar de todo, no parece razonable centrar exclusivamente en el dopaje el mérito de la tremenda maquinaria atlética que era la Europa del Este en los 80. Manuel Pascua Piqueras, legendario entrenador de atletas y una enciclopedia del atletismo, afirma que “el dopaje en aquella época es un terreno tan resbaladizo... ¿Que lo pudo haber? Claro. Y ahora cada vez que sale una marca se puede especular. La realidad es que no se ha probado nada, y que la IAAF tuvo en su mano anular todas esas marcas con el cambio de siglo y no lo hizo. Podría haber hecho dos rankings, dando valor a las marcas logradas en el siglo XXI, cuando evidentemente los controles han sido mayores”, dice.

Piqueras ha conocido como pocos en España los métodos soviéticos de entrenamiento. La caída del Muro supuso el desmoronamiento de un sistema perfecto. “Los entrenadores soviéticos se fueron a Italia, a Grecia, a China... y sólo cuando Rusia los ha recuperado han vuelto las marcas. Sus avances biomédicos fueron increíbles, y 30 años después seguimos viviendo de ellos. Eran los mejores y su sistema era genial. Si ves el récord del Mundo de pértiga de Yelena Isinbayeva el otro día es una sinfonía de músculo que sólo puede crear Vitaly Petrov, su entrenador, que en su día lo fue de Sergei Bubka”, sentencia.

El debate, a falta de evidencias, es tan lógico como estéril. Existen y existirán sospechas, pero si el reloj no da marcha atrás nadie podrá saber qué ocurría en aquellos oscuros 80, llenos de atletas deslumbrantes e incógnitas demasiado siniestras.

1 comentario:

octopusmagnificens dijo...

Otro cambio físico notable fue el de Michael Johnson en 1966, el año en que batió dos veces el record mundial de 200.